Si revisan, cuando en las noticias muestran la casa de un psicópata al que han atrapado, las vecinas siempre salen diciendo que el tipo era muy amable y que siempre saludaba. Ahora, hablemos de mi vecina. No es que quiera implicar que mi vecina es una psicópata, pero ciertamente es amable y saluda. Creo que esos son los síntomas.
Así que es hora de hablar de mi vecina, la abuelita del edificio. Como soy un experto de edades en abuelitas, puedo deducir que tiene por lo menos 83. Linda edad. Cada vez que me la cruzo al entrar a la casa se aparece como manifestándose del mismo aire a conversar. Y bien, pues conversamos. Pero algo tiene la abuelita que es una crack y la adoro por eso: siempre termina hablando de exactamente lo mismo.
Al principio lo consideraba como una especie de discapacidad en la memoria, de esas tipo añoranzas de pesetas. Que al frente hay una tienda, que en la esquina hay una panadería, que al lado hay un costurero, que del otro hay una frutería, que el bar en la esquina está muy bien... como si yo no conociera la calle. Pero qué más da, ella lo hace de buena.
Lo que pasa es que, no sé cómo, consigue decirlo en todas las conversaciones que tenemos. Hace medio minuto estábamos hablando sobre la ventaja de traer amigos a casa antes que ir al bar, y sale con lo de la tienda, la panadería, el costurero, la frutería, el bar... Es una habilidad de abuelita. Tu vas y le cuentas sobre la gravitación universal y Stephen King y a ver cuánto se demora en reducirlo a los beneficios del barrio.
En la foto, los adornos que guardan la puerta de la vecina. Aparte de ser graciosamente desproporcionados, huelen pésimo. A alcantarilla. Pero nunca he podido decírselo. Quién sabe, si lo intento a lo mejor sólo tendré por respuesta que me vaya a dar una vuelta a la panadería, a la tienda, a la frutería, por la casa de...
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