Eran cuarto para las cinco cuando entré al metro. Palabras arrastradas, propias de una buena borrachera, me llevaron a ver a un tipo que acosaba de preguntas a una chica hindú. "¿qué línea es esta?", preguntaba él. La chicha lo ignoraba. -"Es la 2", respondí yo. El tipo aún no parecía muy convencido. Miró varias veces al rededor, hasta que preguntó si esta era la línea que para en la estación Sol.
-"Sí, esta es", le dije. Me habló, pero sólo entendí pocas palabras, entre ellas "Ecuador", así que la conversación giró en torno a nuestras procedencias. "Tú no eres guayaquileño", me dijo. Supongo que yo no represento tanto a Guayaquil como él lo hacía, pero ambos éramos nacidos en el mismo lugar-- i tan lejos de casa, eso quiere decir algo. Me invitó a unos tragos.
Yo no podía, cosas de tiempo, i me bajé dos estaciones después. Pero me quedé con la imagen de ese compatriota, ebrio en el domingo a las cinco de la tarde, embarcado en el metro sin saber si estaba o no en la línea correcta. Quien sabe si fue de casualidad que le atinó, o si quizás Sol, siendo una de las estaciones más comunes en toda la capital, ya había sido visitada por él una que otra vez en los 8 años que dijo llevar viviendo en Madrid.
Un hombre, embarcado sin saber a dónde va, llevando consigo nada más que el trago en la sangre, incomodándolas a ellas i aliándose con cualquiera que acepte que las cinco de la tarde es un buen momento para estar borracho era el primer guayaquileño confirmado que había visto en tres meses; el sueño de Olmedo, el justo representante de la situación del pueblo de latino américa, el tipo en el que te ves reflejado, el que dispara primero i pregunta después.
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