Ayer escuché por primera vez de los Nancy, una potente droga alusinógena que ha dejado bastante rayados a varios. La historia iba de una tipo que se había metido un Nancy para salir a discotequear. Un par de horas después, le entró el Rojo Rabioso i salió corriendo, completamente asustado, a casa. Su vieja lo encontró, más tarde, en la cocina: el tipo estaba intentando salvajemente meterse en una funda de galletitas; aparentemente, creía que él mismo era una galleta i temía que el resto del mundo se lo quería comer.
Mi tipo de cosa. Me conseguí una esta mañana. Dos o tres horas después, en el Metro, todo parecía estar igual-- hasta que pasó un trabajador cargando ladrillos. Parece que yo venía creyéndome Bruce Lee, porque a penas vi los ladrillos les clavé un puñete. No me partí la mano. Sin embargo, hay una convención social no-escrita sobre los golpes a los ladrillos, porque el tipo me miraba, incrédulo, como si creerse Ryu fuera algún tipo de pecado. Parece dificil de asimilar, pero puede que esta haya sido la primera vez que algo así le pasara al pobre diablo. Yo tenía que decir algo, rápido. No hay "discúlpeme" que remedie a alguien como yo de algo así, i por eso dije lo siguiente mejor que podía: "La crisis económica nos deja sin empleo a todos. Nada que yo pueda hacer al respecto".
Por más que mi argumento era cierto, eso no parecía bastar. El Metro llegó i yo lo abordé. La gente, ahí dentro, me miraba. Retorcían sus cuellos como buhos. Me miré la mano: el dolor todavía estaba escondido, pero esperaba. La tregua de silencio que mantenía con el resto del vagón se hacía cada vez más frágil. Pronto se rompería. Debía de decir algo. Empecé a hablar, pero ya las puertas del Metro se abrían; no era mi estación, pero resolví que un poco de aire no me podría hacer daño, así que salí.
Mi editora tiene talento para las direcciones: cree que describir los monumentos es más válido que nombrar las calles. Mi mujer ideal es un GPS. -"Mi amor, ¿cómo estás?" -"Siga por la derecha". -"¿Te gusta así?" -"Usted está yendo en contravía". -"Tráeme el desayuno". -"Gire en U". Tenía que hacer una entrevista. Encontré el edificio i, después de un largo gambeteo con la portera, me dejó entrar. La demora ocurrió porque ella decía necesitar el nombre de la persona a la que iba a ver, i yo lo había olvidado. Todo se solucionó cuando, después de mirar a un listado, me pregunto "¿es a Rebeca a quien buscas?" Yo usé uno de los trucos periodísticos más viejos i efectivos de esta generación: saqué el movil, lo miré fíjamente, cambié la mirada i la miré a ella fíjamente, i dije: "sí".
Me hicieron entrar a la oficina, donde varias mujeres trabajaban frente a sus computadores. Me sentaron en el escritorio de una de ellas, que estaba obviamente desocupado, i me pidieron que espere. El escritorio tenía una foto vieja de tres niños, seguramente de la dueña de la mesa i sus hermanos. Calendarios, plumas, cosas así. Las mujeres conversaban de la habilidad de los gatos para abrir cajones i de cómo nunca hay que abrirlos frente a ellos. El ordenador estaba prendido, i moniando un poco, vi en 'mis documentos' unas carpetas con nombres como "datos clientes1", "proyecciones", "contratos", "cláusalas pre", cosas así. Saqué mi pen i copié todos los documentos. Fuente de primera mano.
Me levanté i me fui. No sé qué habrá pasado con la cita, pero yo no estaba en condiciones de conversar sobre el precio-de-los-inmuebles-a-futuro en ese momento. Salí a la calle del Metro, entré i lo abordé. El dolor de mi mano crecía, lo que significaba que estaba volviendo a la normalidad. La última parte de "Ejercicio 16" sonaba en mi cabeza. El vagón iba vació, pero se estaba llenando con cada parada. Una man con un par de tetas gloriosas entró i se sentó casi dirctamente frente a mí. Empecé a pensar sobre la eterna adoración que todos los hombres proyectamos a los senos i me preguntaba en qué momento se había decidido tanta fijación en esa parte del cuerpo;
Las tetas me seguían mirando de frente i yo me empezada a sentir incómodo. Ponerte ese tipo de ropa i dejar a las pobres tan apretadas fue decisión de ella, no mía; yo era un simple expectador de la maravilla que se permitía nuestra generación con las telas elásticas. Las mujeres deberían llevar las tetas al aire libre i terminar asì, de una vez por todas, el misterio que nos hace fijarnos tanto en ellas. La chica que estaba al lado mío se sacó los audífonos i dijo "¿qué?". "Puta madre del primer orden", recuerdo haber pensado. ¿Cuánto de esta filosófica revelación había dicho en voz alta? Miré el libro que ella llevaba, uno de Steve algo, i le dije "las mujeres que hacen telas al aire libre terminarán en un misterioso asesinato", señalándole el libro. Ella me dijo que no había llegado a esa parte, todavía. Le aseguré que era de las mejores i me bajé apenas el metro paró. Mucha vaina por un día.
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