Sólo he tenido un par de besos de despedida- i con "un par" me refiero concretamente a dos, sólo que el desdén arrogante de "un par" me hace parecer más interesante i ménos romántico.
Pero esto no es sobre los besos de despedida que sí tuve, es sobre el beso de despedida que se me escapó. El último beso, que es el último beso, fue un beso de 'hasta luego', i aunque siempre sea con los mismos labios un beso de 'hasta luego' nunca sabe como uno de despedida. Saber que ese encuentro es una cita que no podrá repetirse pronto da otro valor a los labios que besan, los cuales se concentran tratando de agarrar el momento i llevárselo para siempre con ellos. Bien se puede hacer eso. Así es como se anhela que otro beso venga, pues la expectativa no sólo se cumplirá, estando ahí eso que llamamos amor i que ahora no puedo definir, sino que establecerá un nuevo límite que, si la fortuna apremia, será pronto rebasado i restablecido.
Tuve el beso. Lo que perdí fue la oportunidad de saber que era el último. Es, quizás, mejor de esa manera. Después de todo, los besos de despedida duelen, porque en ellos hay la posibilidad de ser, efectivamente, de despedida; de hasta siempre. Nada de eso sucede con los besos de 'hasta luego', que no necesitan preguntarse sobre la espera o la esperanza. ¿Habrá sido mejor que nuestro beso de despedida haya sido un beso de 'hasta luego'? Ciertamente, pues así sé que no te has ido, así que nos veremos luego. Luego, ese momento que no está anclado en ningún espacio, que si lo estuviera no sería luego sino una hora más- i así se pierde la romántica diversión de no saber qué pasará. Que amar es apostarle al destino con las posibilidades en contra pero con los bríos bien amarrados, el pecho muy en alto, las manos hechas puño i la mirrada puesta en el horizonte.