Una situación muy incómoda

A estas alturas de mi vida tengo varias amigas casadas. Unas felizmente, otras no tanto. Uno se puede imaginar que cuando una pelada se casa se convierte en una mujer sana i seria. Desgraciadamente, no fue el caso de mi amiga Gabrielana. Ayer me invitó a la casa de la man, como asumí acostumbran hacer las niñas bien-- pues es mejor que ser vista en la calle con otro tipo que no es tu marido, ¡qué estigma social digno de la letra escarlata! Bueno, referencias literarias al lado, el punto es que la señorita, que no es tonta, me dice que le caiga. Yo, que creo en el bien humano, voy tranquilo.

Básicamente me quiso aplicar la verídica del cliché: me abre la puerta en baby doll i brasilera -mujeres del mundo, tomen nota: "no me alcancé a vestir" es una pésima excusa cuando reciben invitados maquilladas-. Luego me ofreció un trago, i ahí es donde rompió es paradigma estereotípico de la infidelidad, no sacó champaña al ritmo de un jazz lento, pero igual, porque no soy completamente gil, veía por donde iba la vaina. I yo no estoy para esas cosas, la verdad. Salí a la Pedro Menéndez i llamé a un taxi i al mirarlo noté que decía "fresco", yo no sé por qué, no le di importancia i lo abordé i me dije a mi mismo "casi estás en Bel Air." Al fin llegué a una mansión de lo mas elegante i le dije al taxista "ponte desodorante"; mirando mi reino finalmente pensé "ha llegado el príncipe de todo Bel Air".