Adjuntos

viernes, 15 de diciembre de 2006

La Mejor de Las Muertes Esperándolo en la Cama,

cuento 'corto' por Jorge Luis Pérez.

Esperándolo en la cama estaba ella. Él, aun dentro del baño, se lavaba la boca. Después de unos momentos de que él se acostara al fin a la cama fue cuando ella, sonriéndole, le disparó en la cabeza con el revolver que había escondido bajo la almohada de él momentos antes- acción que ya estaba prevista desde hace meses. El disparo no hizo mucho ruido-- quizás haya sido por la almohada.

La sangre i el desastroso relajo confundido de tripas i pelos i sesos que se derramaba por el piso, en cambio, sí era sorprendente. No había contemplado ella en los momentos que hacía los planes para matarlo que luego del disparo habría sangre i que ella debería limpiarla. Pensaba que iba a ser sólo cuestión de dispararle, envolverlo, moverlo, hundirlo, i bueno- lo peor vendría después. Se había imaginado lo pesado que iba a ser arrastrarlo cuando ya esté envuelto en fundas de basura i que meterlo en el carro iba a ser casi imposible, pero no había contemplado que una vez que volviese debería lavar la sangre de él de la pared, la sábana i hasta de el piso.

La lavó con el mismo detergente que usaba para lavar la ropa más delicada.
También lavó la sangre con sus lágrimas. Ella lloraba desconsoladamente porque sabía que lo que le había dado a él, el que no volvería a sonreírle, había sido lo mejor que le pudiera haber alguien dado i lloraba por que sabía que nunca encontraría ella con quien ser tan feliz como lo fue con él. Le costó más lavar la sangre que meter el cuerpo al baúl del carro porque el acto de meterlo había sido hecho con la cabeza fría i fuerza de lógica- mientras que la fregadera de la pared nunca había sido parte del plan. Fue horrible haberlo matado, pero así es como debía ser.

Extrañaría verlo siempre, i quizás desde ahora en adelante cada vez que cierre ella los ojos para poder imaginarlo lo vería así como lo vio justo antes de tirarlo a la laguna de queda atrás de la cuadra, en vez de verlo riendo, sonriendo, burlón- como ella lo amaba. El mero pensamiento de dejar de poder imaginarlo como lo amaba la hizo caer destrozada por el ahora quebrantado llanto. Ella lo mató así como él quería morirse: En su mejor momento, en su mejor día, de una forma tan rápida i tan certera que ni él mismo había podido haber imaginado ó sentido. El miedo de él era tan grande i tan profundo hacia la muerte que le había hecho prometerle a su esposa que ella lo mataría en sus sueños una noche antes de que la vida se le envejeciera i arrugara i llenara de cáncer algún rincón de su cuerpo i lo mate de una forma lenta i dolorosa.

Ella no se sintió pecadora en ningún momento. La vida después de la muerte sólo existe para timar a los más incautos i seducirlos con la promesa no-empírica de una recompensa eterna que nos espera después de una muy corta i variable vida que con suerte algunos llegan a poder vivir- porque la mayoría ni si quiere la vive, se decía ella. Él se horrorizaba al pensar de su muerte i el gran oscuro de la nada que lo acogería para atraparlo por siempre en un estado de imposible percepción para los sentidos i ella lo salvó entonces porque lo amaba i porque matarlo era el más grande gesto que le hubiese podido ofrecer, aunque ella posea el dinero para llevar la mejor de las vidas-- ella le dio algo mucho mejor, la mejor de las muertes esperándolo en la cama.