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domingo, 21 de septiembre de 2008

Un nuevo gris

Otro día en la oficina. Tengo que colgarle más cuadros. Cualquier cosa que esconda el gris, gris, gris todo el día. No tiene el glamour de esos libros, el oficio de detective. Hay que saber estar sentado, esperando. Nada más. La mayoría de los casos se cierran cuando se abren. Que viene un cincuentón regordete, sudoroso i calvo porque cree que la esposa le es infiel. Luego me saca una foto del mujerón; dios sabe qué la llevó a casarse contigo en primer lugar. Deberías aceptar el consuelo que te queda de ser visto en público con ella. Siempre salen mal estas cosas. Con el divorcio te vas a sentir peor. Cuando ella te dice que tiene club de lectura todos los días hasta las cuatro de la mañana, debiste haber olido algo. Pero siempre quieren una foto, algo que les rompa el hechizo. Nunca opino nada frente a los clientes. Ellos verán qué es lo que quieren creer.

Luego es seguir. Detesto seguir. Si es a pie, es mejor, pero nadie anda a pie en esta ciudad. A veces, cuando tienes suerte, dos casos van al mismo motel. Una vez en la vida, hasta coinciden ambas partes. Eso hay que evitarlo, porque ahí no te pagan nada. Sigo al mujerón hasta la calle trasera de un bar. El bar no se llama Club de Libros. Saco un par de fotos i eso es todo. No te necesitas llamar Clítoris o Cholo para sacar una foto. Nadie te manda a investigar asesinatos o robos. Siempre es infidelidad. Lo más extraño que he llegado a ver es que a fin de cuentas las coartadas resulten verdaderas. Sí, de vez en cuando, los que dicen ir al billar todas las noches en verdad van al billar todas las noches. Una vez, una señora sospechaba algo de su marido i me pidió que lo siguiera. A fin de cuentas, lo vi entrando en un bar de ambiente. Cosas como estas rompen un poco la monotonía, pero nunca hay nada Hércules Poirot.

Ahí fue cuando entró en mi oficina. No llevaba un sombrero rojo que combinaba con su vestido. No habían diamantes en sus mejillas. No era rubia. Pero llevaba encima toda la tristeza de una calle deteriorada i oscura, rota en cada costura. Cuerpo de abeja. Falda bluyín i camiseta blanca. Cabello como recién levantada. Prendí un cigarrillo, como nos enseñaron en la academia. Ella seguía sentada, perdida en sus recuerdos. Justo lo que necesitaba la oficina. El humo envolvía su tristeza. No ha de ser que el noviecito te esté clavando cuernos, princesita-- mas cuando el fuego llegaba a la mitad del tabaco, no pude seguir lejos de la pena que oscurecía el gris del tapiz. La miré dentro de su tristeza, tan callada. Cuando volvía al cenicero fue que ella dijo...

3 comentarios:

Sandra dijo...

A sweet hello~ :)

Anónimo dijo...

¡¡¡¡Sigue contando!!!!

LA Gaby dijo...

Que dijoooooooooooooooooooooooo

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