Los profesores de Teología tuvieron la idea de llevarnos al Albergue de Varones de Guayaquil. En las precarias instalaciones del albergue habitan 30 individuos. Algunos son niños que nunca tuvieron hogar. Otros son adultos que no pueden ir a ningún lugar.
El albergue funciona, supuestamente, con fondos del Ministerio de Bienestar Social. Preguntando, me enteré que estos fondos son insuficientes i que muchas veces no son entregados a tiempo.
Las instalaciones, hasta donde pude ver, tienen tres edificios. Uno consistía en una antesala i dos oficinas. El segundo en un comedor i su respectiva cocina; el tercero, al cual no obtuve acceso, supuse era el edificio con los dormitorios.
"Me siento tan mal. Realmente no pudemos hacer nada por ellos", me dijo una compañera.
"Ya hiciste lo más importante que podías hacer. Estás aquí.", le respondí.
El pre-universitario contibuyó con más que una comida para los niños. En las dos horas que compartimos con ellos fuimos testigos de una realidad que no siempre tendrémos todos presentes.
"Quienes realmente reciben ayuda son quienes van a visitarlos", me dijo una profesora.
De las 30 personas que habitan en el albergue calculo que 20 tienen entre 8 i 18. 10, dificultades motrices. A estos últimos el albergue los ayuda dándoles respectívas terápias.
Apenas entramos los niños fueron a dárnos la mano ó abrazarnos. Cada uno debía de
apadrinar a alguien. Por ejemplo, yo tuve tres madrinas. Aproveché el momento para recorrer el área. Después empecé a conversar con los niños. Les hice preguntas concernientes a su nombre, a su edad, tiempo de albergue en el albergue. Me interesé por los que estaban excluidos en la cocina. En esta zona encontré a dos jóvenes en silla de rueda i un muchacho con aparentes cicatrices de quemaduras.
Un hombre de 32 años que preguntaba por su padre. Un hombre con dificultades mentales dándole de comer a uno con insuficiencia motriz. Cosas a las que hay que atener al corazón. Una compañera no pudo contener las lágrimas tras la historia del padre que golpeó al niño que huyó. Sin importar cuanta labor social uno haya hecho antes; sin importar creer que uno lo ha visto todo- no habrá jamás nada que prepare a alguien para una experiencia así.
Entre las cosas que aprendí hoy está que soy un pésimo padrino. Mi niño se desapareció cuando fui a tratar de hablar con otro que lloraba. Entonces tuve la oportunidad de ayudar a los demás a conversar con sus respectivos ahijados. Tuve la oportunidad de darle de comer a alguien, cosa que no hacía hace mucho tiempo. Tuve la oportunidad de preguntar a dos encargadas sobre el albergue.
Estuve en eso hasta que me pidieron que hable con un niño, claramente agresivo, que no quería colaborar con su madrina. Mientras le hacía preguntas, las cuales en un comienzo evadió hasta que al fin lo hice reír, pensé en qué le hicieron a él para que desconfíe tanto de la gente. Hablé con él hasta que nos tuvimos que ir. Entonces lo supe ¿no desconfiarías de aquel que es tu amigo hoy pero jamás volverá a verte?
